lunes, 22 de febrero de 2010



Creedence Clearwater Revival

Y vos allí en mi remolque sin luz, como un polizón. Patricio Rey y sus redonditos de ricota.


Y pasó con su falcon, y lo ví parecido a un bote.

Las calles internas del pueblo de Punta Indio son angostas y de tierra y están rodeadas de un intenso verdor* que el monte produce con su diversidad de flora, su exuberancia.
Hay horas especiales para perderse en los recovecos de estas calles, los senderos que se abren hacia el centro de las manzanas guardan algunas preguntas, además de espinas, cardos y viejos carteles. Los nombres de los pájaros salen a la luz de la tarde y forman una larga enumeración más o menos precisa llena de ecos. Benteveo, carpinteros, golondrinas, caranchos, gallinetas, horneros, palomas, chajaes. Pueden suceder imprevistos en las intersecciones, (ver la puerta de un citroen con una flecha que indica una dirección hacia adelante pero en la que no se agrega nada más. La marca queda en una zona de paradojas, no hay palabras, entonces podemos completar diciendo muchas cosas a la vez como… se nos está enviando a ver el resto de auto que falta?, o más adelante, dónde indica la flecha, encontraremos más puertas de citroen? No me refiero a imprevistos grandiosos, siderales sino más bien a una coordenada que sobresale y que es de carácter subjetivo mientras vamos en el camino. Toparnos -por ejemplo- varias veces con el mismo automovilista, que conduce un falcón verde, años 70, y va vestido del mismo modo que lo vimos días atrás y escuchando una vez más a los CREEDENCE CLEARWATER REVIVAL. El lunes, el miércoles, y hoy tarde de domingo, escuchando a los CREEDENCE CLEARWATER REVIVAL. Así, en mayúsculas, para ingresarlo definitivamente a nuestra discoteca y memoria de canciones escuchadas, reminiscencias. Los Creedence Clearwater Revival haciendo esa música de rock de los caminos, de los pueblos del sur, del cauce y pendientes del Misisipi, esas cancionetas cantrys, el swamp rock, llamado por la particularidad de las influencias: algo de blues, algo de rock and roll, algo de folk por decirlo de un modo grosero. El relato de las personas que viven en el campo, al lado de los ríos, con aire sureño y un sonido gangoso en las guitarras. Los Creedence, así, a secas; resumiendo, dueños de un estilo inconfundible, un sello, más allá de deterioros y disoluciones como anuncia el Wikipedya cuando nos comparte la historia de la banda. Vemos las tapas de sus discos, los flequillos, las botamangas, las barbas de los años sesenta. Y con ellos, la psicodelia del hombre del falcón que puso al mango la música vaquera. Cualquiera de los hits de álbumes que escuché antes, no sé en cuál de las casas de alquiler, entre los que recuerdo el manifiesto en contra de la intervención vietnamita. Mucho tiempo después, sé que se llama “Fortunete son” y que el estribillo dice: “Yo no soy hijo/ yo no soy hijo de ningún senador/ Yo no soy, yo no soy, yo no soy hijo de ningún afortunado. Y luego sigue variando estas categorías de quiénes hacían la guerra pero no enviaban a sus parientes. Aprovecho para citar otro fragmento de canción que realmente me parece una canción con la que el conductor, vestido siempre con esa chomba naranja se siente tan a gusto, libre? Y que dice… Dejé un buen empleo en la ciudad, en dónde trabajaba para el jefe noche y día/Y nunca perdí un minuto de sueño/ pensando en la manera que las cosas pudieran haber sido/ la gran rueda sigue girando/ y el “Proud Mary sigue humeando” Rolling rolling girando girando/ rodando hacia el río.


un dulce racimo



Zarzamoras
En los caminos ondulantes.
No es mora ni moro.
Ni se asoman las zarzas.
Arbustiva y carnosa
Se prepara para la olla.
Un toque de cuatro suena mientras tanto.
Mientras tanto “la infinita levedad” de la zarzamora.
Siente su transformación.
El fuego cambia las cosas.
Nosotros, a veces, también.
Mentiras?


una casita sin nombre

La casita & La casita

“El amor vale solo cuando se actualiza”. César Aira. Nota del traductor para La Casita de Jean Francois de Bastide. Santiago Argos editor. Buenos Aires, 2004.




Me imagino a César Aira leyendo Congreso de futurología del ruso Stanislao Lem. También lo imagino en un laboratorio, discípulo de algún alquimista ruso del futuro.






Buscar matices, salir de los extremos, disfrutar de las mañanas, dibujar árboles, danzar, reflexionar sobre la sensualidad o su ausencia, recolectar frutos del monte pareciera embargar algún tiempo de la estadía en La casita de Punta Indio. Y hablo de La casita de Vero que tan generosamente nos ofrece para despejar nuestras mentes de ciudad y volverlas con el rostro hacia los árboles.
Si hay un paisaje que enamora (devora) es el de los árboles. Profusión, olvido, belleza. Juego de niños. Casita en el árbol.
Se trata de una casita que en realidad es una casa. El diminutivo no parece ajustado cuando uno valora los vacíos. Los patios. La galería. Los fondos. Porque si hay algo que tiene esta casa por un lado, es la ausencia de muebles y por otro, un increíble y maravilloso fondo en dónde la contemplación se vuelve una práctica así como la del té o el mate, la lectura o las conversaciones con algunos amigos.
Y cerca, otra casita, que en realidad es un palacio enorme lleno de dormitorios, salones, recintos diversos para el desplazamiento y el fantaseo. Hablo de La Casita de Jean Francois de Bastide con traducción y estudio de César Aira. Un cuento del siglo XVIII que podría inscribirse en la línea de las “aventuras galantes” o dicho escolarmente? “Novela galante”. Un cuento en el que dos se persiguen y se encuentran (Melita y Tremicour) y la escena se sucede como en el cine. Fotograma por fotograma van cruzando las habitaciones, la descripción se vuelve minuciosa, lo visual gana por sobre todos los sentidos, y aparece la oportunidad del encuentro que ofrecen dos cuerpos cuando se aproximan. Cada espacio puede traducir la totalidad (de la casa/de lo que sucede) pero a la vez, promueve un relato autónomo de texturas y decorados, semejantes pero diferentes (los cuartos en los que puede ocurrir todo) dónde alguien ha lanzado una piedra (una invitación) y el otro, aunque en apariencia esquivo, (esquiva: Melita es quien prolonga la acción mientras que Tremicour debe apelar al arte amatorio para conmoverla) la ha tomado para volverla a lanzar. La Casita es sólo un trampolín para pensar en escenas que se repiten, “el fantaseo erótico es eficaz en lo que tiene de repetición” y en el ritmo de una narración que nos invita a ver lugares comunes y lugares nuevos. En lo pequeño (de cada cuarto, de cada “acto”) podríamos encontrar muchas posibilidades para crear una nueva historia, además claro- traducir algo de lo que rodea esa historia.
Pero hay más. Los otros libros de Aira. Algunos. Los que leí antes, en otros veranos, otros inviernos. Desde esta otra casita los recuerdo. Recientemente la delirante historia de Dante y Reina con ilustraciones del rosarino Max Cachimba: una mosca con zapatitos y un perro conviven durante veinte años y transitan una experiencia en la que el realismo se hace trizas y no se marcha por un espacio seguro sino por la divergencia, lo imaginario, el disparate, lo disgregado. Así puede ser también el horizonte de una novela moderna, novela que encuentra un drama en la alteración, un núcleo del azar, el “salto” determina una confusión suficiente para lanzarlo a un tiempo continuo. En definitiva, la necesidad de fantasear, volver las cosas otras cosas, chocar mundos, el de las representaciones, los tiempos, lo instituído, y la divagación… como un arma cargada de futuro. Resumiendo, dos hermosas nociones se mezclan o mejor dicho se tensionan todo el tiempo en el tiempo de la ficción. Dicho con dos imágenes que aparecen en el texto: “¡Hay que hacer algo por el arte!” y “La Ciencia de la Realidad”. Allí están en el “universo transfigurado de pesadilla benigna de amor”. En realidad, compartir con vosotros… ( suponiendo que alguien se sumergiera en la lectura de estas imágenes) esta deriva que se inicia por la Casita y la sigue Dante y Reina y la sigue La Luz argentina, y la sigue El tilo, El sueño, Los dos payasos, La confesión, La serpiente y la sigue Las noches de Flores, La Liebre, etcétera es una cuestión de convicción. Convicción de sumergirme a algo no previsible. Me doy cuenta que gusto más de un modelo enteramente disparatado a uno mitad disparatado mitad parodia mitad mitad. En definitiva presumo que no tiene que ver con un registro de lectora más clásico sino que tiene se fusionan varias inquietudes, algo así como avivar la capacidad deseante para encontrarnos con eso que aviva la capacidad de deseante y así al infinitum. Porque mucho de lo que hablo confluye (confluye) en la capacidad deseante. Por último digo, sólo algunos caprichos (de Aira) ligan con mis ligaduras con esa intención, la de la capacidad deseante en el texto. Otras novelas se pierden en el olvido que desde luego es fabuloso que eso ocurra. Esta pequeña fábula de La Casita es la ocasión para desplazarme hacia Las conversaciones, La vida nueva, el pequeño monje budista, etcétera. Ojalá el mismísimo señor de Pringles pudiera leer estos apuntes en los que le propongo humildemente partir de esta imagen: “Etcétera” para construir una novela nueva.



playa de Punta Indio




El chapuzón del comandante reggae

Realmente no sé la razón de por qué Gabito Esquerra bautizó alguna vez a Gonzalo Chaves como el comandante Reggae. El comandante -trayendo una imagen de viaje a cuenta- quizá por su predisposición a ser guía de “excusión” en una de nuestras derivas. Puntualmente me refiero a nuestro recordado viaje a San Paulo en el año 94 para luego hacer una escala de algo más de veinte días en la exquisita bahía de la traición, Paraíba. Nunca supe el porqué completó la manera de llamarlo con la voz “reggae” y supongo que no existe una razón directa que lo ligue con la cultura jamaiquina. En fin, rodeos. Rodeos de quiénes gustamos del run run de las cosas, las versiones, las conjeturas y las apuestas. El run run también sobrevuela en esta tarde de costa en otra imagen: la de un chapuzón. La zambullida que el Gonza se da cada tarde de nuestro paseo, en las aguas del río de La Plata. Río completamente distinto al que disfrutamos nosotros. Un río personal, un río de la infancia, un río de sus hermanos y sus salidas al río en otros tiempos. El río más hermoso del mundo. El río al que vuelve cada vez. En un principio de año, un fin de semana largo. Cuando está solo, con alguien, o con los chicos. Y hablo del río, este río que despierta polémicas, ruidos, preguntas. Un río barroso al que Gonza protege y guarda entre sus zonas preferidas: donde viven los juncales, los cangrejos, los amaneceres; los amaneceres en plural. Salidos a buscar, después de la trasnoche y el peixe asado y las idas y venidas en el renolete. Una amanecer nuevo que será parte de sus historias.

Sumergidos en lo que nos da el río salimos a encontrar otros puertos. Puntos de una conversación que se abre. Ramificación. Vaivén de los estados. Otro lugar en Punta Indio: un libro. Un hombre en Verónica que ha leído el libro. Una charla. Una historia. La masacre de plaza de mayo de Gonzalo Chaves. Y digo un libro, pero debería haber dicho un gran libro. Y junto con el libro una apuesta vital en la que se visibilizan las historias de otras personas. Se redimen sus nombres y voces. Se puede trazar un corolario. Ese 16 de junio de 1955 que aparece en las “fuentes públicas”; que está allí para entender muchas de las otras cosas que pasaron luego. Las sin razones o las razones de la fuerza armada, de los antiperonistas y también de otros, de los que nunca se pudo comprender el silencio; la clausura y la violencia. Y Punta Indio en el libro. Este libro que nos orienta y le da tiempo a cada momento: un título, una manera de reconstruir el pasado.
Veo en el apéndice las fotos de archivo. Me detengo un largo rato en la fotografía de un avión que se aproxima a una torre. Todo está gris, congelado. El tizne avanza. Dice el epígrafe: “Uno de los aviones a reacción de la aeronáutica vuela en picada sobre la ciudad. El piloto maniobra el aparato ladeado, mientras abre fuego con sus ametralladoras. El humo proviene de bombas lanzadas en Plaza de Mayo previamente por otros aparatos. El relato no es el de un acontecimiento de ficción; se parece a la guerra, a la verosimilitud; desgarro y tajo de una guerra. El levantamiento armado para destituir a Perón cuesta la vida de 350 personas y deja cientos de víctimas. La imagen de la casa rosada bombardeada es como un cuadro, igualmente gris, congelada. El tizne avanza. El libro nombra, cuenta. En la página 23 Chaves agrega: Los aviones que salieron de Punta Indio y participaron del bombardeo eran 14 North American AT-6 biplaza monomotor que llevaban cuatro bombas de 50 kilos cada uno y tres aparatos anfibios Catalina que venían de la Base Naval Comandante Espora, cada uno de ellos con ocho proyectiles. Según manifestaciones de los protagonistas todos alzaron vuelos con sus portabombas completos. Se calcula que ese día se arrojaron 100 bombas.
Frente a la base veo crecer los pastos.


Jorge Romero







A Jorge lo conocí hace muchos años y al pasar (digasmolo cariñosamente) en la plaza San Martín de la ciudad de La Plata, cerca de “La glorieta”. No recuerdo su edad y tampoco sé exactamente si la escena que estaban mostrando a los transeúntes casuales y quizá a un público convocado con anterioridad, se trataba de retazos del Dictamundo o si representaban otra obra callejera ligada al cubrimiento de América. Por ese entonces yo tenía unos dieciocho años, lo que sí recuerdo es la buena dosis de des-cu-bri-mien-tos que se disponían entre quiénes nos lanzábamos a la búsqueda: zona de intemperies y refugios, de amigos y de caminos que quedan prendidos como lámparas para siempre.
Y Jorge, ya después y antes … actor, director de Teatro de la UNLP, traspunte, compañero de teatro, apicultor. (En la galería de citas del Diccionario Poético de Punta Indio lejos estoy de las definiciones). (La aclaración se vuelve una obviedad). Y decía, Jorge en Punta Indio igualito a un Horacio Quiroga. De invariable color negro en sus ropas, y su caminata con algo de pájaro y una calma agradable que nos muestra con su historia otras varias de amigos o desconocidos que optaron por una vida entre la ciudad y el campo, la ciudad y la montaña, a veces pura montaña, a veces pura sierra, pura costa ribereña. Migraciones de amigos en la búsqueda de lugares más aireados, más oxigenantes (Para decirlo con una palabra que pensamos mucho en la vida inicial de La Grieta) Ni vida en las comunas ni el absoluto recogimiento del asceta. Presumo que la posta por este lugar traduce su amor por las abejas*, sitio sin tanta prisa, abierto, inmejorablemente abierto y tupido que algún tiempo y ahora mismo está vinculado a sobrevivir de un modo distinto al de la lógica de la ciudad.
*No tengo la menor idea cuánta práctica apicultora existe en Punta Indio. Consumo miel de la zona y sé que los amigos de Acuario y Gemínis (que exhiben sus delicias sobre la costa) tienen colmenas, además de preparar unas exquisitas mermeladas y licores de los que prefiero por sobre otros el de mandarina.*
*Los frutales en Punta Indio corren serias amenazas de la Banda de las cotorras.




Marta, no deja de sorprenderme

Marta Costa


En algún lugar de Punta Indio vive Marta Costa. En una chacra entre Verónica y la intersección que nos lleva a Punta Piedra y las otras márgenes del río. Marta, un nombre común? para llamar alguien extraordinario. Extra-ordinario: fuera del orden o regla natural común. Extraordinaria y no extraordinario es la mujer que vuelve extraordinarias las reglas ortográficas que es una palabra parecida a extraordinaria. Ortográfica-extraordinaria. Y “nada sigue igualito” cuando la escuchamos o vemos, porque hay algo especial en la forma de usar el tiempo, las negritas, los acentos y todo el lenguaje de las miradas-gestos, las preguntas-incertezas, los silencios-huecos y las manos. Las manos de una tejedora, hilandera de rojos, verdes y amarillos sorteando alambres, cruzando puentes, trayendo soles de esquimales sobre un telar. En alguna habitación preparada como su taller vive la Marta que siguió la vieja carrera de educación por el arte, en otros tiempos, en Buenos Aires, y ahora amanece con sus ojos clarísimos azules-verde agua junto “al hombre serio”, “al hombre de bigotes”.
Por esas cosas de los sueños nos conocimos. La escucho decirme cositas al oído con su voz que le viene de adentro y se le escapa por la ventana o se le prende fuego en la hornalla. La veo sacándose una foto carnet en algún salón fotográfico de Verónica, llevando una carretilla de lana para hacer collares a mil embarazadas, rengueando cerca de García Ferré, mostrándole su “Anteojito”. Marta en sus diversas facetas: la profesora de yoga, la abuelísima que se fue al campo, la fundadora de una revista mítica que solo sacó un número, la de los desarmaderos. Por el momento desarmaderos “a secas” y no de autos, la embebedora de apuntes, abierta al mundo, curioseando por arriba de las nubes y de las lentes. Para sumar información hiperrealista y dejar en el cuadro algunas luciérnagas: la veo con su amiga Lucila, su cómplice chimpete-champate de la ciudad de La Plata. Bautizadas así por Don Javier Villafañe -después que escribió esta pequeña pieza dramática. Marta Costa, tiende el cordel detrás de su casa y se llena todo el camino de retamas rosas. ¿Qué más puedo agregar? Mil millones de imágenes se apelotonan y ocupan un diccionario de la Realísima ribera, sin fronteras. Fluido Manchester Punta indeño. Dejo todo espacio (simbólico) para quien la conozca lo complete a su criterio…………………………………………. Y más.





tuki







proveduría Los retoños




Toki y Tuki o Tuki y Toki



Hay pueblos que se caracterizan por su jardines, o por prácticas que encarnan las mujeres y los hombres del lugar, por singulares fiestas como la del cordero, la fruta fina, el tomate, la corvina, otros, y hay pueblos en los que las características subyacen debajo, es decir, no están a simple vista sino que andan detrás de los arbustos o en sus iglesias o en algún animalito como “la marmota” que se escabulle pero sabemos que anda por ahí.
Desconozco cuáles son las características de Punta Indio. Intuyo que están relacionadas con las cosas de la ribera, ya que estamos sobre la margen del ancho río. Por otra parte, hay estampas que observamos que se presentan en la mayoría de los pueblos como bautizar a las “casas quintas” con nombre. Ejemplo de casa enfrentada a la de Verónica “Las tres hermanas” o la de la cuadra siguiente “La cueva” o de la anterior “El zángano”. En definitiva, no sé cuál será lo que hace particular a Punta Indio. Los talas? (Hoy vimos un tala añejo, tenía sus brazos extendidos y su color era verde ceniciento… el color siguió impregnándose en mi vista durante horas). Lo que quiero agregar, luego de un menudo rodeo es que Punta Indio está minado de perros y tatadioses! Perros y tatadioses por cualquier parte. Apenas levantas la cabeza encontras en el mosquitero un tatadiós macho que conserva su cabeza por un rato más. Y detrás del mosquitero, un perro echado que oficia de guardián y compañero ocasional. Tuki y Toki o Toki y Tuki son dos de esos animales que se engancharon a compartir nuestras vacaciones. Llegó primero el lasie flacuchito y después el policía comprimido más robusto. Llegaron decididos a conquistar nuestros corazones que aún no habían sido “capturados” por otros canes. Hay anécdontas especiales: Renzo montado sobre Tuki; Toki en el club de fomento tomando agua con cubitos. Uno y otro paseando alternativamente con nosotros. Es decir, cuando Tuki nos acompañaba hacia el almacén, Toki quedaba en la casa. De esta deriva confirmo dos cosas: perros abundan y esta casa debería llevar un nombre.



como una tela



Corteza



¿De qué origen es esta palabra?
¿De dónde viene?
¿Quién la habrá inventado?
De inmediato la relacionamos con los troncos de los árboles: sus distintas texturas, la copa que bordea el tronco, sus colores. Sabemos por ejemplo -con la ayuda del libro Arboles rioplatenses- que el incienso tiene la corteza castaño grisácea a diferencia de la corteza rojiza de la sombra de toro, que la del laurel es lisa y verdosa y el sauce en cambio, un corteza gris además de hojas concolores, dicho todo junto sí… hojas concolores y lanceoladas (en forma de lanza apunta Manuel). La voz corteza inevitablemente me lleva a ese continente de voces parecidas a las de hace un momento como foliolos, espinas, ramas, drupas, racimos, frutas, polinización, capsulas, cabezuelas, y nos invita, recordando un título de Huxley que una vez encontré en una mochila perdida en un concierto de rock a abrir… “Las puertas de la percepción”.
La corteza del tala es de bordes lisos y en su mitad aparecen grietas que nos llevan a terrenos movedizos. Sus troncos pueden medir ochenta centímetros. En Brasil le dicen Espolón de gallo aludiendo a sus espinas. La madera es amarilla ocre de textura fina y heterogénea, dura y pesada. En medicina popular la infusión de las hojas con miel se bebe para curar catarros, tos, dolores de pecho y de cabeza, hígado, diarreas e indigestiones. Las hojas frescas se refriegan sobre la piel para curar el empeine. La decocción de la corteza se bebe para abrir el apetito.





cumbia



Porque hoy es sábado/ Tambo Tambo

Hace muchos años, en Lago Puelo, al oeste de la Pcia. del Chubut, visto desde este punto del mapa, vivimos junto a mis queridos Gerardo y Marcela un embotellamiento. Por ese entonces, Puelo, tenía apenas diez calles asfaltadas y lo gracioso es que nos sentíamos como si estuviéramos en cualquiera de las capitales más movidas del mundo. No recuerdo si el atasco duró una o dos horas, y si se atribuía el amontonamiento de autos, peatones, turistas, gente del lugar a una fiesta provincial que se celebra cada febrero*, lo que sí sentíamos, mientras escuchábamos alguna cinta de Jonathan Richman es que era una noche de sábado. Los sábados, dentro de nuestras prácticas culturales, son los días de la semana que uno se predispone para la trasnoche y el olvido; para pasar al domingo con glorias y penas -para desdecir el opacado refranero y usarlo a la inversa. El sábado, esa palabra del tiempo inagotable, esa voz que brilla cuándo algunas cosas parecen agotadas, esa posibilidad. Sabemos, que al día siguiente, los cuerpos se disponen para la relajación del domingo; madrugar será cosa de los despabilados que exprimen las horas del sol y el pensamiento, la mañana por sobre otras cosas, en fin, ese será un cuento de domingo… Porque hoy es sábado, tal cual lo repite muchísimas veces la canción de Vinicius, como si la cinta siguiera sonando en alguna parte de manera continuada y alguien repitiera el estribillo mientras trascurre toda la semana para escuchar una vez más… Porqué hoy es sábado. Porqué hoy es sábado en Punta Indio, un sábado de verano que no es cualquier sábado sino un sábado de fiesta, de promesas, de pleitos, para embriagarse de fragancias y tersuras, color, sudor, fantasía. Con algo de pintoresquismo local, creencias, acentos de una noche brillante por la luz de una luna que brilla enorme. Aquí mismo, debajo del alero, aquí en la preciosa galería en la que escuchamos versos endemoniados y hacemos mermerladas o preparamos las lisas del Capitán Nemo que luego irán a la parrilla. Hoy es sábado. Porqué hoy es sábado, capricho cíclico y los amigos preguntan qué podemos hacer en esta noche incompleta, inacabada. Y entonces, nos enredamos de palabras, de huecos, de fugas y luces de luciérnagas, de planetas perdidos y así, cándidamente volvemos a decir Porqué hoy es sábado.
A unas cuadras suena Tambo Tambo. Se escucha Tamboo Tamboo cumbiia cumbiaa, Después de “Enero a enero” Estoy enamorado de ti hasta los huesos hasta los huesos. El cielo de la noche plagado de estrellas, un manto, una línea infinita de plata, ellas, calientes, fascinadas.

*La fiesta del bosque y su entorno se festeja cada febrero en Lago Puelo. Pcia. Del Chubut





ruta once, un tramo



Ruta once


La ruta once es uno de los accesos que tiene el pueblo de Punta Indio y marcha en primer término hacia Punta Piedra y luego, entre varios otros puntos, a la esquina de Crotto, pulpería en la que supo tomarse unas copas el antiguo gobernador Don José Crotto, pasando por Lavalle, Tuyu y por último a Santa Clara del mar. Desde La Plata a Punta Indio, yendo por la ruta, serán unos cien kilómetros de un camino desparejo. El serrucho, producto del viento, será el disparador para lanzarle algún improperio al trayecto. Una ruta que al mediodía queda completamente desolada. La conchilla por su parte- genera una especie de ilusión óptica cuando pasan los treinta grados. Para quién olvide comprar algo de último momento (serán casi las dos de la tarde) tenga en cuenta que se enfrentará al camino asoleado y desértico. Nuestro cocoliche cultural (al menos el mío) mezcla las cosas, la máquina de asociaciones posibles sale a escena, dispone y/o recolecta otras imágenes/ palabras de la ruta que ingresan a este mal llamado diccionario. Empiezo por acá. En el almacén “Los retoños”, en la vidriera, y en sus vitrinas y cajoneras, se exhiben pelotitas de pin pon, ojotas, rieles, plomadas. No hay dudas que estamos ante un boliche de la costa. Al lado de “Los retoños” se presenta con curiosidad una cabra. Me mira con ojos “humanos” o “medio-humanos” diciéndome algo que no alcanzo a entender. Es una pregunta que no puedo contestarle. Lo que sigue son tranqueras. Diversas tranqueras que delimitan la entrada a chacras, más humildes, más ostentosas; Nos cruzamos a su vez con cinco o seis personas rezagadas, pasan en bicicleta, llevan bidones de agua, sombreros del oeste símil al que llevo ahora. Los señores son buenos saludadores, atiendo a sus arrugas. Antes de llegar a casa un Renault doce con dos señores dentro* hacen un juego de luces, con ese sol que raja la tierra entiendo que me quieren preguntar algo… en fin, lo que sucede es que el conductor se sale de la ventanilla y hasta del camino y me grita a los cuatro vientos sacando el dedo en “v”, “Viva Perón” y le agrega a “Viva Perón, carajo” ese carajo irremplazable. Un Viva Perón gritado en miles de miles de manifestaciones, el de las plazas, marchas, broncas y repliegues. El mismo Viva Perón que “colgó” en su facebook, esta mañana, el señor que fue acusado de xenófobo por haber agredido a su ex socio en un bar de Puerto Madero. Ambas consignas coexistiendo en un mismo día, la trasmitida por la radio y vaya a saber empuñada con qué sentido y la que escuchamos en el desierto, cuando todo se prepara para la siesta, aquí en plena Ruta Once.


· Renault y antenas de d Tv

Arenas blancas

En toda la zona de Punta Indio la pérdida de las arenas se atribuye más que al avance del agua a su extracción desmedida durante mucho tiempo. La ausencia es delatada por los vestigios de lo que en otra época debe haber sido una zona de gran atractivo. Otro factor de influencia ha sido la pendiente natural del río de La Plata que mientras deposita tierras del lado uruguayo, las quita del argentino. Cuenta una vecina, migrante, dueña de un vivero, que llegaban hombres y desmontaban los juncales (vegetación clave para fijar el suelo) y luego se veían entrar y salir dos a tres camiones al día cargados de arenas al tope. Esto sucedió nomás hace veinte años. Nos preguntábamos sobre los destinos de la arena, cuántas construcciones se habrán hecho. Otro elemento, deben haber sido los buques de dragado en la zona más profunda del río, su extracción conlleva una pérdida en la costa.A pesar de este proceso de devastación, las arenas son blancas en Punta Indio. Hablamos claro, de las arenas que resistieron y que no son producto de la imaginación, la deriva inventiva de la literatura, la tertulia trasnochada de un grupo de amigos.Las arenas que quedan son blancas. Y en todo caso les gritan a los escépticos de la ciudad a viva voz: aquí, aquí estamos!




Estos escritos junto con una serie que quedan en los borradores pertenecen al cuaderno de apuntes del verano de 2010.