viernes, 15 de agosto de 2008

estampas que guardamos en el diccionario

el gris se vuelve circular


brújula que rueda


el grito thanático

Ella está en la vía

Chicos que parecen de Pasolini en la ruta de Van Sant

Al final del camino está la flor que avisa que no hemos llegado a ningún sitio, que sólo se trata de ir trazando en el mundo las propias coordenadas, y de encontrarse en ellas, para avanzar. H. Mujica.

diccionario de bolsillo para el viajero

Diccionario de bolsillo para el viajero


En el diccionario de bolsillo para el viajero aglutinamos una suerte de equipaje para llevar en un viaje de improviso, a la hora de la siesta, cuando uno no tiene demasiadas pretensiones, y se deja caer al costado de un árbol para tomar sol y volverse un poco lagarto. Nuestras derivas invitan al lector curioso a curiosear- valga la inquieta redundancia- estas palabras y a formular las suyas propias. Por esa razón hacia el final le dejamos una hoja para que pueda volcarlas y compartir juntos con nosotros este mínimo recorrido.

Partimos de la consigna de pivotear sobre aquellas ideas-fuerzas, imágenes-razones, citarlas y dejarles nuestras huellas, impresiones. Conviven definiciones con micro-relatos; palabras tamizadas por el eros y el tánatos de los viajes. Para decirlo de una vez: zonas oscuras, luminosas, brumas entre las fronteras que nos cruzan; choques de estados que le dan tanta verosimilitud a la idea del viaje, siempre que se tenga -claro está- un espíritu movedizo. Imaginamos este librito en sus bolsos, maletas o mochilas, y también en los bolsillos. Lo vemos en el colectivo, en el carro, en el metro y en el tren. Y lo vemos sobre la mesita ratona de casa para tenerlo a mano cada vez que decidimos o podemos fugarnos hacia algún lugar. Junto con las ediciones La Chicharra habíamos construido nuestro primer diccionario poético del viajero, arsenal que aglutinó intuiciones, postas, desvíos. Podríamos decir que esta es la continuación de ese primer impulso.









“Puerta. Una puerta se parece a un puente. Es apertura y vida íntima. Es frontera y puerto. Barco y calabozo. Hay modestas e imperiales. De lata y madera en extinción. Puertas abiertas para que entre el aire. Para que la casa se llene de amigos; para salir del encierro”. Chicharra viajera. Nro 2 verano 2007/2008.





Acequias. Se denomina así a una serpiente incrustada en la tierra que, surcada por aguas frescas y ricas, generan el placer de caminar acompañados por un susurro acariciante.




Agua. El placer del agua es irremplazable a cualquier otro roce deseante. Hundir la cabeza en el agua. Flotar en el agua. Sumergir la cabeza, la boca, los párpados en el agua y respirar, respirar debajo del agua se vuelve posible.
Aires. Nuevos-buenos, energía, preferentemente positiva, siempre dependiendo de las almas por donde transita. Estos nuevos aires logran incrementar la relajación propia de los viajeros, y predispone mejor a incorporar y retribuir cuesta energía, convirtiéndose en la verdadera esencia del viaje.
Alguien, aunque conocido, diferente. Porque cuando caminamos y tenemos la sensación de lo efímero, eso nos hace salir. Nos volvemos más pendientes de la noche, de los charcos, del sol: el encuentro se produce fuera de nosotros.
Allá, lejos. Lugar donde la bruma del horizonte se fusiona con las sombras de las montañas que se acercan a medida que avanzamos a destino.
Anécdota. Sedimento emocional del viaje.
Antes del viaje... el irse. Momento en el cual, mientras se arma la mochila viajera, nos preguntamos quién nos mandó a meternos en eso del viajar, a abandonar las comodidades y lo previsible (automáticamente, no bien se cierra la puerta para arrancar, está sensación se hace perecedera, no teman!)
Apego. Lo que no es desapego.
Ansiedad. Ganas de terminar pronto. Odio los viajes! Partir me gusta, la transición el trayecto se me vuelve insoportable.
Armonía. Quizás lo más difícil de alcanzar durante cualquier viaje. Me refiero a la armonía entre los mismos compañeros de viaje y con respecto a la correspondencia entre las intenciones propias de cada uno para la feliz ejecución del traslado.
Asfalto. O también llamado betún de Judea, que se recogía desde antiguo en el lago Asfaltites o Mar Muerto, actualmente utilizado como pavimento en rutas y carreteras, colaborando en la comunicación entre los distintos pueblos. Hasta aquí, todo en perfecto orden, salvo que cada vez que emprendo un viaje, siempre, en algún momento del mismo se me da por pensar como me sentiría al derrapar mi frente en velocidad y sobre la cinta asfáltica en un inminente accidente vehicular, lo cual no me termina de agradar.
Ausencias. No inquieta la soledad sino el no encontrar lo que se busca o a quien se espera.
Aventura. Incertidumbre.

Banquinas. Se encuentran a los lados del viajero, es la galería realista donde se expone la multiplicidad de los otros. Genera una extraña vecindad a quien transita. Las banquinas orientan, recogen y acogen, están pobladas .Parrillas y flores. Carteles y cardos. Gilda y el gauchito.
Beso. Fin de todo viaje.
Boletería. Ventanilla de las posibilidades. El boletero, prisionero, gris, automatizado no alcanza a imaginar las ventanas que abre desde detrás de esas rejas.
Bolso/mochila. Carga. La peor parte; siempre lista a último momento. Carga. Si o fuera necesario, no lo llevaría.

Caballo. La vi alejarse de la ventanilla del ómnibus jineteando su caballo. Llevaba las riendas concentrada y adulta. No tenía más de once años. Fueron segundos, mientras pensaba cuál sería su historia. Me quedé en lo desentonado de su carro, de la naturalidad de la escena. Ella con su caballo raído y amigo. ¿Alguien la esperaría? Tenía la mirada al frente: movimientos seguros, aprendidos en la repetición. Jineteando su caballo entre autos, ómnibus e indiferencias.
Cables. Siempre me detengo en los cables. La vida eléctrica nos cruza. La inmensidad vacila y Jonathan Richman apaga la noche.
Caída. Sensación en el cuerpo de hundimiento vertiginoso. Su manifestación se produce en lugares y tiempos inciertos. La persona tiene la capacidad de hundirse mientras realiza un viaje inesperado. Está comprobado que durante la caída los ojos se cierran, el cuerpo no tiene peso y el silencio deviene en una profunda melancolía.
Caída libre. Mezcla del miedo al avión con la libertad del viajero.

Cartelitos. Amarillos, rojos, blancos, y rojos. Hace tiempo uno me dijo que estaba en león y me puse a llorar. / Señala la realidad de otra ficción./ Señal humana para provocar el viaje./ Casualidad. Caminar entre charquitos mientras dura el diluvio. /Titulares de la vida. "Hay loros" invita al color. "Prohibido entrar con perros o niños" espanta la alegría. /Divertidos mensajes para los que muchas veces no somos público. / Cartelitos. Espacio de postas para llegar a buen puerto. Casi como las migas de pan de Hansel y Gretel. /Hojas que vuelan y caen sobre las manos. / Infinitos. Crecen para volver a ser chiquitos.



En el diccionario: Martha Salinas /Betina Miralles /Carolina Maranguello/Fabián Loureiro /Susana Lino /Natalia Bogliano /Pablo D. Sanchez/ Gabriel Arroyo /
Lola Fernández /Graciela Vanzan / Leandro Rapan /Jésica Delgado / María Pagola/
Marcela Rizzi/ Malala Martín/ Lucía González / Valeria Allegrucci/Julián Bover/ Lucas Zanetto Florencia Bossie/ Andrea Cajade/ Carlos Cabrera/ Marcos Viglieti/ Juliana Andora/Julieta Pron / Manuel Negrin/ Andrea Iriart Urruty y Gabriela Pesclevi...

y… Ambrose Bierce. El mismísimo autor del Diccionario del Diablo que en 1913 decide partir rumbo a México en plena guerra civil y alinearse a las tropas de Pancho Villa y nunca se supo más nada de él. En la Argentina lo ha retratado con pluma magistral el escritor Rodolfo Walsh. Nosotros seguimos los rastros de las viejas revistas Leoplan.